Ayer estuve de visita en París.
Primero en lo mas bajo que nunca estuve mezclado con aquellos
que nunca pude frecuentar y que finalmente me aceptaron y me mostraron su
mundo. Una “cité” y una cité abandonada era nuestro hogar y luego de haber
estado ocupados hacienda nada pasábamos a hacer algo mas. Volví al mejor
momento del Parcour pero con el miedo de cargar tres lesionas encima, impidiéndome
decisiones rápidas pero viviendo aun esas emociones. Dejé los “tags” y me
enseñaron el grafiti, aunque un grafiti violento y sin mucho concepto, más bien
con un odio evidente hacia la sociedad que nos marginó y sobre todo hacia la policía
que limita nuestro vivir. Esa policía me sacó de allí pues ni el mejor parcour
pudo escapar de sus armas alzadas apuntadas a mi pecho. Pero el mejor RAP caló
su conciencia pues la buena poesía entra por el corazón y convenza a la cabeza:
Por qué no me dejas en
paz
Por qué no me dejas
vivir
Aquí no hay daño a
nada así que déjame ir
Un verdadero crimen se
comete porai
Y tú solo pierdes tu
tiempo con este joven rakai
Yo también quiero
salir de esta mierda de lugar
Pero tú y tu odio
cojudo no me dejan pasar.
En ese momento algo se abrió, algún bloqueo o compuerta pues
empezó a llegar gente como piedras trae un rió y esa distracción me permitió
escapar. Gran metáfora pues fueron otro tipo de personas las que me permitieron
salir de allí.
Así, más cercano a alguien que alguna vez fue, caminaba por
calles de Bercy, pero un Bercy más populoso y más interesante como espacio,
mezclado con Saint German de Pres. Allí caminando con toda esa gente me di
cuenta que no tenía prisa de nada, esa sensación que ya rara vez tengo que es
la que me permite conocer gente de la manera que más me gusta: hablando en la
calle.
Conocí así a mi segundo Bertrand quien me consiguió un
trabajo en una agencia de diseño y me insertó en un proyecto de perfumería. Rápidamente
tuve un escritorio y acceso a los talleres y seguido llegó también la hora(s)
del almuerzo donde saldría nuevamente a las calles a no tener prisa.
En esta salida descubrí una tradición: cuando alguien es
embarrado por algo o alguien, puede embarrar a todos mientras grite “LOLI” (o
algo así). Recuerdo esa situación pues ella nos acercó. Antes de que una loca
empiece a tirar tierra del piso a todo el mundo, en el borde del Sena, me
encontré contigo: tu corto cabello sobre el hombro y de un color marrón oscuro;
tu piel blanca al borde de la transparencia que hallaba color alrededor de tus
bellas y finas pecas; y esos ojos claros que evocan una belleza boreal
encantadora.
Me contaste que trabajabas como “entrepeneur” (independiente),
que eres asesora crediticia y por mas poco interesante que me pareció, sabía
que eso no te definía así como a mí no lo haría vender perfumes. Los cigarros
que fumaba Bertrand me antojaron uno (si, Bertrand estaba allí) y decidí sacar
un paquete de tabaco que alguien me había regalado un tiempo atrás. Me pediste
(la mujer de los ojos boreales) que te invitará y accedí con miedo pues prácticamente
estaba sacando sobras. Boté el primer papelillo esperando que el segundo
estuviese en mejor estado pero fue peor; repetir esa acción fue aún peor pero
un papelillo decente salió al final de cuentas para que el problema pasase a
ser el tabaco y no el papelillo. “Sírvete” le dije, y en mi paquete parecía
solo haber restos de papel pero encontré un cigarrillo armado (y raro pues
tenía cinta adhesiva en los extremos). Felizmente y con mala suerte también, se
me ocurrió desarmar ese cigarrillo para descubrir que el tabaco dentro estaba
todo hongueado. Ojos boreales se levantó con asco a pedir tabaco a alguna amiga
por ahí presente, momento que me hizo ver el exclavisante reloj y ver que era
momento de regresar al trabajo (14:38), excusa perfecta para pedir su teléfono y
retomar conocernos en una mejor situación. Me lo dio y volvimos al trabajo:
resulto que todos los que estábamos allí íbamos a la presentación de un nuevo perfume.
El lugar era una mezcla de plaza Victor Hugo (Voges) y el “Palais Royal”, pero
al entrar al edificio parecía mas una aula de Beaux Arts.
Y EN ESA SALA ESTABAS TÚ (lo que me obligó con felices ganas
a escribir este sueño como hace años dejé de hacer). Y te encontré más tú que
nunca; no eras tú en Latino-américa, no eras tú tantos años atrás, no eras tú
antes del accidente… Eras otra, pero la versión más adorable que nunca vi de ti,
salvo la versión de ti en aquel último sueño donde me dejaste con tanta ternura (o aquella tarde
que te sentaste sobre mis piernas solo para escuchar la vida pasar un rato
frente a nosotros).
Anoche volviste a mí, y fue como nunca y como siempre.
Adorando y despreciando lo que se nos presentaba al frente, es decir, haciendo
de todo una parodia que nos permitía inventar historias para contárnoslas a los
ojos u hablarnos de cerca, tan cerca que nuestros labios se tocan. Adoro cuando
haces eso, que me hables bajo y yo usar la excusa de haberme desacostumbrado al
francés para acercarnos y que hablemos prácticamente besándonos. “Te extrañé
muchísimo” pensé, pero no te lo dije, para que no te acostumbres, para que no
me des por servido y así seas tú una vez más quien vuelva, pues quiera o no, yo
estaré allí esperando para que si algún día vuelves, me encuentres (FFVIII).
Extrañaba tus ojos celestes, tu rala cabellera rubia, tu
blanca y elástica piel. Esa enorme sonrisa que me hacía pensar en las miles de
arrugas que tendrás cuando seas anciana, miles de arrugas que adoraré una por
una tanto como tu sonrisa. Extraño el París que vivimos durante un corto periodo
temporal, ese París que me mostraste y
que descubriste conmigo. Ese París que se construyó con nuestras memorias y que
probablemente solo vive en mis sueños.
En todo caso, gracias por hacerme recordar la belleza de
esos pequeños momentos.